sábado, 21 de agosto de 2021

MEMORIAS DE UN SOLDADO GUADALCANALENSE SUPERVIVIENTE EN EL CENTENARIO DEL DESASTRE DE ANNUAL (1921-2021


Con ocasión del centenario del Desastre de Annual, este artículo pretende ser un modesto homenaje, una centuria después, a los caídos y a los supervivientes de la cruenta batalla en la que los militares del ejército español sufrieron verdaderos horrores de toda índole.

En este escenario bélico aparece un guadalcanalense, Don Rafael Miguel Chaves Chaves, conocidos por los paisanos como “El llorón”, a la sazón bisabuelo de quien suscribe, y lo más importante, superviviente de aquel conflicto que marcó el devenir de la historia de España años después. 

Por fortuna, antes de fallecer, Rafael, dejó legado para las generaciones venideras su relato, sus penas y los avatares militares sufridos en primera persona en aquel verano de 1921, en un territorio inhóspito, desolado por la muerte y la sangre derramada por miles de soldados que perecieron en el frente a manos de las fuerzas rifeñas.

En los últimos años, diferentes estudios, ensayos y artículos han tratado de arrojar luz a este episodio de la historia militar española. En este sentido, el denominado Expediente Picasso editado en 1931, siendo hasta finales del siglo XX, única publicación que puso encima de la mesa los acontecimientos desarrollados en aquellas semanas del verano de 1921 y que, a la postre, se pudo conocer, en parte y de manera aproximada, el proceso de investigación y de depuración de responsabilidades del Desastre de Annual. A modo de cifras podemos decir que aproximadamente en torno a 10.000 españoles (las cifras exactas a día de hoy no se han podido determinar) murieron en lo que, más que una batalla, fue una salvaje matanza a manos de las cabilas rifeñas.

Como se ha advertido en párrafos precedentes, Rafael Miguel Chaves, en el día de su noventa cumpleaños el 20 de julio de 1989, a través de su testimonio oral se pudo transcribir para la posteridad, gracias a una de sus nietas Rosa María Rius Chaves, la historia de aquellos días, haciéndose eco de dicho relato, años después un artículo firmado por Joaquín Gil de Honduvilla, Licenciado en Derecho por la universidad de Cádiz; licenciado en Geografía e Historia por la UNED; Doctor en Historia por la universidad de Huelva; Doctor en Derecho por la Universidad de Sevilla. Teniente coronel del Cuerpo Jurídico Militar; diplomado en Derecho Internacional Humanitario y el Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, por la Cruz Roja Española, Centro de Estudio del Derecho Internacional Humanitario; diplomado en Derecho Operativo y en Derecho Penal Militar por la Escuela Militar de Estudios Jurídicos. Académico de la Real Academia de Legislación y Jurisprudencia, donde plasma una cronología de los acontecimientos, desde el punto de vista histórico, junto con el citado relato por parte de nuestro protagonista, el soldado Rafael Miguel Chaves Chaves, publicado íntegramente en la Revista de Historia y Actualidad Militar en el nº 27 (2012).

Rafael Miguel Chaves Chaves, nació en Guadalcanal el día 20 de julio de 1899, en el seno de una familia de agricultores: “En primer lugar tuve la desgracia mayor de mi vida a las dos horas de nacer, me quedé sin madre y ni siquiera una fotografía para poder decir ¡esta es mi madre!”

En segundo lugar, en 1918 atravesé el año de la gripe, en el cual también estuve entre la vida y la muerte, en este caso también la vida, gracias a Dios”.

Así relata nuestro protagonista los primeros compases de su vida en las páginas de la revista militar. “La infancia y mocedad de Rafael transcurrieron en su pueblo natal marcado, como sucedía en gran parte de la población agrícola española de su época, por una realidad social y económica poco estimulante”[1].

El 1 de agosto de 1920, Rafael fue llamado a servir a las armas, quedando bajo el control de la Caja de Reclutas de Carmona núm. 18. Fue en febrero del año 1921, cuando causó alta en el Regimiento de “Cazadores de Alcántara” 14º de Caballería, incorporándose el día 27 del citado mes a su unidad.

De este modo lo recuerda Rafael en sus memorias: “En el año 1921 ingresé en el servicio militar. Fui destinado a Melilla al Regimiento de Cazadores de Alcántara 14, de Caballería, Segundo Escuadrón. Hice la instrucción en Segangan, donde mis compañeros y yo aprendimos a montar a caballo. Una vez acabada la instrucción hicimos la jura de bandera, en la plaza de Melilla, y posteriormente fuimos destinados a un campamento llamado Adriu (sic.)”

En referencia al campamento, en realidad se denominaba Dar Drius. “La brevedad de los plazos con los que eran conducidos al frente los reclutas, lo dice todo.  La jura de bandera de Chaves tuvo lugar el 17 de mayo de 1921, el 13 de junio era dado de alta de instrucción, marchando al día siguiente a incorporarse a su Escuadrón, es decir, apenas tres meses desde incorporación a filas aquellos muchachos eran mandados a una guerra, en un terrero, y con unos métodos de combate que casi desconocían completamente.”[2]

En el relato de nuestro protagonista pocas son las referencias sobre los días de combate. Los recuerdos se centran, principalmente, en el periodo que transcurre desde que fue hecho prisionero por parte de los rifeños y su liberación. No obstante, el soldado Chaves cuenta algunos hechos vividos en primera persona los días del Desastre.  Al poco tiempo de estar en Adrius (Dar Drius), estalló la guerra, donde saliendo a la defensa de Annual (campamento general al mando del teniente coronel Don Fernando Primo de Rivera), llegamos nuevamente a Adrius, ya que Annual iba en retirada. Al día siguiente fue cuando se dio la carga del Gran Puesto, en que los moros nos iban rodeando. Fue entonces cuando el teniente coronel Don Fernando dio la voz de ¡sálvese quien pueda! Salimos cada uno por donde pudimos, Primo de Rivera se refugió en el Monte Arruit, donde murió a causa de un balazo en un brazo”.

Lo más trascendental, quizás, fueran los diversos contratiempos previos a su cautiverio. A sus noventa años, Rafael trazó en su mente, de forma extraordinaria, los hechos vividos en su pellejo una vez hecho prisionero. Erizan cuanto menos el vello sino se escapan unas lágrimas al leer su relato: “En la huida algunos tuvimos la suerte de refugiarnos en el aeródromo de Seruán, donde los moros nos tuvieron sitiados ocho días. Al cabo de dicho tiempo, éstos se presentaron con banderas blancas pidiéndonos la paz y vendiéndonos uvas. Nos dijeron que nos entregásemos, ya que Monte Rui se había rendido. Fue entonces cuando dos tenientes que estaban a nuestro mando se marcharon con los moros a Monte Rui, para ver si lo que decían era cierto. Dichos tenientes no volvieron, y sin poder más, nos rendimos el 2 de agosto de 1921, prendiéndole fuego a cinco aviones que allí había, para que los moros no se sirvieran de ellos. Cuando nos rendimos nos encerraron en un corral, y a cada instante nos registraban para ver si teníamos dinero, quitándonos la ropa de cintura para arriba. Posteriormente, el día 4 de mismo mes se rindió la Alcazaba de Seluán, que estaba a pocos metros de nosotros.  Fue entonces cuando salimos de aquel maldito corral a la bandada, cada uno por donde pudo, ya que los moros se liaron a tiros con todos los que allí estábamos como prisioneros.

Dos compañeros y yo pudimos escapar por un pequeño arroyo, íbamos en fila india, pero al poco tiempo de haber cogido el arroyo, los dos compañeros que delante de mí caminaban agazapados, ambos fueron muertos de un disparo. Yo desesperado me tiré al suelo haciéndome el muerto, lo cual fue mi salvación, ya que los moros iban corriendo a caballo detrás de los que corrían.

Una vez pasada la gran avalancha me incorporé saliendo a rastras por el arroyo, encontrándome un poco más abajo a dos moros, llevando uno de ellos una horquilla y el otro una navaja de gran tamaño. Les pedí que me dieran agua, pero no lo hicieron, ellos sólo buscaban dinero, y al ver que yo no llevaba dinero alguno, me dijeron: - Tu marchar o pegar puñalada por barriga.

Sin poder hacer nada me marché refugiándome en una pequeña mancha en el monte, me encontraba como las libres, pegado a la tierra.

Al llegar la noche, salí a rumbo perdido, sin saber por dónde caminaba, a veces me metía entre las cávilas (éstas eras las casas de los moros), donde los perros se echaban a ladrar, era entonces cuando me quitaba los zapatos y echaba a correr entre dichas cávilas.

Estuve toda la noche perdido buscando agua sin poder encontrarla, llevaba una sed que me ahogaba. Fui caminando por una carretera, en la cual a un lado había una vivienda y a pocos metros un pozo, quitándome la bota la até a un cable de teléfonos que estaba allí tirado, y la arrojé a un pozo, sin embargo, el pozo estaba seco. Sin poder hacer nada, seguí caminando por la carretera y al llegar a una pequeña montaña, fue cuando escuché cantar a una rana, corriendo me dirigí hacia ella, y fue entonces cuando me encontré aquella fuente cristalina, en la cual puede aplacar mi sed. Una vez aplacada ésta, me metí en un gran montón de cebada donde me quedé dormido, ya que estaba agotado de tanto caminar y no dormir.

Soñando que habían llegado las fuerzas españolas desperté, y aburrido de mi vida, fui otra vez a beber y me senté al lado de aquella fuente. Al poco tiempo pasó una mora que iba a guardando vacas, al verme comenzó a gritar y entonces fue cuando se me presentó un moro con un fusil y unas barbas que le llegaban a medio pecho. Creí que era el fin de mi vida, pero me equivoqué, el moro se puso hablarme y me dijo: - paisa tú no tener miedo, yo no hacer nada-. Me dijo que estuviera allí sentado a la sombra de un árbol, porque en la cávila había un grupo de moroso que no eran de confianza.

Me quedé allí sentado como me dijo, y ya por la tarde regreso a por mí. Aquel moro llamado Aisa y toda su familia se portaron muy bien conmigo todo el tiempo que pase con ellos, yo era mudo para los extraños, y bautizaronme nuevamente con el nombre de Mimú. Un día, cuando estaba trabajando con Aisa, llegó un moro diciendo que iba recogiendo a todos los soldados españoles que por allí se encontraban. Yo no dije nada, pero él se acercó a mí, y me dijo: - Yo sé que no eres mudo y que está aquí refugiado-. Me dijo que, si me marchaba con él, me presentaría ante el Consulado Español, como así fue.

Me marché con éste, y al avanzar las fuerzas españolas, yo y otros muchos soldados, fuimos trasladados a Candusi (Kandussi-Melilla) y, posteriormente, al cabo de cinco meses a la zona francesa, pasando por el rio Melulla, cogido a la cola de un camello, ya que éste llevaba mucha agua. Nos dirigimos hacia Argelia para trabajar. Ofreciéndoles todo el dinero que allí ganara, e incluso, la propuesta de escribirle a mis padres para que ellos me mandaran también dinero. Conseguí escapar y llegando a un pueblo llamado Urda (protectorado de Francia) fue cuando pude deshacerme de ellos, presentándome al Consulado Español, al cual fui, como dije antes, por un moro. A los ochos días de estar en Urda, me llevaron a Oran, donde embarqué para Melilla. Posteriormente, fui llevado a declarar ante el General Picasso, preguntándome éste como lo había pasado”

Según podemos adivinar en su hoja de servicio, la escapada de sus captores tuvo lugar el 4 de diciembre, llegando el día 15 del citado mes a la plaza de soberanía española en la ciudad de Melilla. 

Estando en la zona española del actual Marruecos, Rafael, tuvo que integrase en el Regimiento, sin embargo, dado su lamentable estado de salud, permaneció ingresado en el Hospital de Alfonso XIII. Sanado de sus dolencias “le concedieron quince días de permiso” según el relato de Rafael. Sin embargo, en la hoja de servicios señala “veinticinco días, por lo que nuestro protagonista embarcó el día 31 de diciembre, con el fin de dirigirse a Guadalcanal para encontrar cobijo entre los suyos”. [3]

Como no podía ser de otra manera en su memoria guardó, hasta el día de su fallecimiento, el regreso a nuestro pueblo después de atravesar mil y una vicisitudes. De este modo dejó para los anales, la crónica del regreso a su pueblo natal, Guadalcanal: “no se pueden imaginar el recibimiento que tuve de todo el pueblo, y en especial, de mi padre y de mi familia. También subió a la Estación la banda de música, la cual se puso a tocar en el momento de mi llegada. Aquella tarde dieron un baile en mi honor, y un gran banquete el cual se celebró en la fonda de Prudencio”.

Finalizado el permiso, el 28 de enero de 1922, de nuevo el soldado Rafael Miguel Chaves, se incorporó a filas en el Regimiento donde le asignaron destino en el almacén de vestuario y armamento.

El día 10 de noviembre de 1923 fue convocado “por el mando para asistir a Madrid a unos actos en los que intervendría como protagonista de los hechos sucedidos en julio de 1921”.[4] En efecto, nuestro paisano, fue uno de los escasos supervivientes de la gesta del Regimiento de los Cazadores del Alcántara nº 14. Este hecho lo recuerda, Rafael, a través del siguiente relato: “En el año 1923, cuando entró en el poder Primo de Rivera, fueron sacados los restos de su hermano Don Fernando acompañados de veinticinco supervivientes que habíamos quedado. Aquella noche nos dieron una cena, más de 25 pesetas a cada uno de nosotros por acompañar hasta Madrid los restos de Don Fernando, el cual murió en Monte Ruí en el año 1921. Una vez llevado el cuerpo a Madrid, nos ofrecieron una gran comilona en el Palacio Real. Posteriormente regresamos a Melilla para acabar de cumplir el servicio militar. Allí estuvimos hasta el día de nuestra licencia, la cual a mí me correspondió en enero de 1924”.

Una vez concluido el servicio militar, Rafael regresó a Guadalcanal, donde pasó el resto de su vida, formando una gran familia junto a su esposa Doña Encarnación Caro Prieto, dedicándose a las labores agrícolas hasta su jubilación. Del matrimonio Chaves Caro, nacieron mi abuelo, Rafael Miguel Chaves Caro y sus hermanos Jesús Chaves Caro, Carmen Chaves Caro, Encarnación Chaves Caro y Ángeles Chaves Caro.

Nuestro abuelo y tío, respectivamente, nos ha relatado la “historia” de su padre, como él la denomina.  A modo particular, siempre despertó en mi un especial interés la historia de mi bisabuelo Rafael Miguel, quien tuve la suerte de conocer en vida, ya que falleció en 1997 a la edad de 97 años y por entonces, servidor, contaba con 9 años.

No fue hasta el año 2012, el Consejo de Ministros aprobó el día 2 de junio del citado año la concesión de la Cruz Laureada de San Fernando al Regimiento de Caballería del Alcántara nº14 , llegando, noventa años después, el reconocimiento a los hechos acaecidos entre el día 22 de julio al 9 de agosto de 1921, cuando dicho Regimiento, dio protección al repliegue de las tropas españolas desde las posiciones de Annual hasta el Monte Arruit, donde perecieron en el campo de batalla gran parte de los oficiales y soldados a manos de las tropas del líder rifeño Abdelkrim que consiguieron tomar los puestos fortificados que circundaban a Annual.

“Al teniente coronel Fernando Primo de Rivera le fue concedida la Laureada de San Fernando a título póstumo, pero el sacrificio de sus hombres no fue debidamente recompensado por los que dirigían nuestra nación, más bien todo lo contrario”[5].

Como se ha referido anteriormente, han tenido que transcurrir más de noventa años para el Gobierno de España honrara la memoria de estos hombres que dieron todo lo que podían ofrecer en aquel conflicto armado, muchos de ellos, reclutas, con una instrucción exprés y sin experiencia militar previa.

Tristemente, la máxima condecoración de las FF.AA. llegó tarde, ya que, todos aquellos soldados supervivientes en los que se encontraba Rafael, habían muerto.

En una conversación mantenida con Francisco Miguel Jiménez Chaves, en la actualidad subteniente de infantería, nieto de nuestro protagonista y primo segundo de quién suscribe, acordamos rendir un tributo a la memoria de nuestro abuelo y bisabuelo, respectivamente, mediante este modesto artículo donde se ha intentado plasmar, de forma, general, la historia personal de nuestro familiar, con el propósito que las futuras generaciones de guadalcanalenses sean conocedores de estos sucesos de la historia de España de entreguerras, por muchos desconocida, pero que, de un modo u otro, se encuentra inserta en el patrimonio inmaterial, intangible y humano de nuestra villa.

No cabe duda, que la historia de nuestro familiar se puede asemejar en contenido a otras tantas de militares oriundos de Guadalcanal que- si se me permite la expresión- pasaron las de Caín, en sus respectivas responsabilidades militares en tiempos de guerra.

Don Rafael Miguel Chaves Chaves, fue el último superviviente del “Alcántara” en fallecer en el año 1997, después de una vida cargada de mil y una historias en su haber.

Sirvan estas líneas a modo de tributo póstumo a su memoria y legado, “Andé”

José Antonio Zújar Chaves – Francisco Miguel Jiménez Chaves, junio 2021.

BIBLIOGRAFÍA:

Gil Honduvilla (De), Joaquín. “Memoria de un soldado del Alcántara” Revista de Historia y Actualidad Mililtar ARES. Año 5, nº 27, 2012, Valladolid.

Fotografía: Rafael Miguel Chaves Chaves en una fotografía de estudio portando el uniforme su Regimiento.



[1] Gil Honduvilla (De), Joaquín. “Memoria de un soldado del Alcántara” Revista de Historia y Actualidad Mililtar ARES. Año 5, nº 27, 2012, Valladolid.

[2] Gil Honduvilla (De), Joaquín, 2012, pp.24

[3] Gil Honduvilla (De), Joaquín, 2012, pp. 27.

[4] Gil Honduvilla (De), Joaquín, 2012, pp. 28

[5] Gil Honduvilla (De), Joaquín, 2012, pp. 28