jueves, 2 de agosto de 2012

Código del buen gobierno local. Una perspectiva de análisis a través de la Ciencia Política.



El debate acerca de la importancia de los gobiernos locales, la gestión de los mismos y el hecho manifiesto de aproximar a la ciudadanía a  la democracia como un todo, está en boga en una parte muy importante de los estudios que trae consigo la ciencia política en nuestros días.

El municipalismo se entroniza como canalizador de un ente abstracto y un tanto etéreo como es la democracia. En la mayoría del los casos, los entes locales, han sido el canal por el que vehicula todas las políticas públicas que configuran el Estado del Bienestar y en última instancia son los ciudadanos de estos núcleos los beneficiarios directos de las mismas.

 Los municipios son el punto de encuentro más cercano entre sociedad civil e instituciones democráticas. Por ello, los defensores del municipalismo como uno de los pilares base de nuestra democracia, entienden la necesidad de avanzar aún más si cabe en la autonomía de los entes locales para hacer efectivo el fin último de la democracia, generadora de la igualdad de oportunidades entre la colectividad de individuos.
   
 La coyuntura actual invita a replantearse el modo de gestión de los titulares del gobierno municipal. La cada vez más exigente ciudadanía clama a la clase política local una mejora en la gestión acompañada de resultados constatables. En este contexto, el código de buen gobierno local se hace necesario para dar respuesta a esta sociedad civil que ven como los gobiernos locales necesitan transformar los patrones anteriores y regirse por una nueva forma de entender la lógica del municipalismo.

Conscientes de estas demandas, el Consejo de Poderes Locales y Regionales del Consejo de Europa ha confeccionado una suerte de manual que recoge las pautas de comportamiento de las autoridades locales destinadas  a las diferentes regiones y municipios de la Unión Europea.

 A primera vista, nos sobrevuela una serie de cuestiones, ¿es imprescindible la puesta en marcha de un código que regule el comportamiento de los gobiernos municipales?, ¿se está en cierto modo menoscabando el programa político del gobierno local con la imposición de este código ético?

El objetivo principal de los llamados códigos de conducta para la integridad de los representantes locales electos aboga por recuperar un aspecto que entendemos capital para el mejor funcionamiento en la relación reciproca ciudadano-clase política.
 La confianza como valor político entre elector y represente político ha estado expuesta a un deterioro y a día de hoy en muchos casos esta brilla por su ausencia. Ello ha dado lugar a fenómenos como la desafección política de una parte del electorado que enjuician de forma negativa la gestión política de sus gobernantes. Esta desconfianza se traduce en multitud de casos de mala gestión, corrupción unida al clientelismo y porque no decirlo, una ausencia de transparencia en la gestión. Dichos elementos han creado el caldo de cultivo necesario para el nacimiento de la  desconfianza entre una buena parte de la ciudadanía.

En este sentido, la democracia sin confianza esta llamada a fracasar. Por ello se hace necesario establecer los mecanismos necesarios para insuflar una dosis de este valor político a los actores implicados en la res pública.

El código establece la máxima de que no se puede imponer obligaciones sin que se ofrezcan garantías que permitan a los representantes locales y electos cumplir sus deberes, en este sentido, las indicaciones puestas de manifiesto en el código no coartaran la libertad del gobierno municipal en el ejercicio de su mandato.

¿Cuáles son los principios que pregona el Código del Buen Gobierno Local?
Nos podemos encontrar con cuatro rasgos diferenciadores que el mencionado código de buenas prácticas pone de manifiesto. La gestión y calidad  de los recursos municipales, la democracia participativa son las notas dominantes en este sentido. Si nos detenemos en la lectura que hacen referencia a la gestión, nos topamos con conceptos tales como eficiencia, modernización, austeridad, cercanía con la ciudadanía, transparencia, equidad, evaluación etc. Traigo a colación dichos términos porque el discurso que se pretende dar al código no se escapa de las formulas que traen consigo la doctrina de la NGP, es decir, la actuación en cuanto a la gestión de los servicios municipales se adecuan en cierto modo a la corriente de reforma de la administración pública abanderada en buena medida por la Nueva Gestión Pública.

Desde el ámbito de la democracia deliberativa encontramos novedades que tienden acercar al conjunto de la ciudadanía con las instituciones políticas municipales. Estas actuaciones se traducen en una apuesta por la interactividad constante entre los ciudadanos y la administración local con el propósito de establecer los mecanismos necesarios para que los entes locales se nutran de los verdaderos problemas socioeconómicos dados en la comunidad de individuos. Esta idea, se conecta con la defensa de una administración dialogante y receptora de las demandas sociales que en el medio plazo puedan cristalizar en política pública.

Un paso previo para hacer  efectivo lo expuesto anteriormente, se dirige al hecho de educar en valores cívicos y de participación a la sociedad con el fin de crear en esta una conciencia participativa que interactúe con el poder local.
Pero ¿es posible llevar a la práctica estos principios? En determinados ámbitos la aplicación es harto compleja pero no imposible. En municipios donde la población es pequeña. Eso es otro debate, que evidentemente no podemos obviarlo y debemos tenerlo presente para conciliar teoría con práctica.

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